sábado, 9 de enero de 2016

Música y silencio en el desierto.


           El "Festival au Desert" en el exilio       

      



Una mañana de 2012 Tombuctú se levantaría con la prohibición, entre otras, de escuchar música. A través de una de las obras maestras del cine de los últimos años Timbuktu, dirigida  por Abderrahmane Sissako podemos traer a colación un proceso constructivo de aquello que algunos tratan de definir como la verdadera tradición, este juego de poder parece haber invadido la vida cotidiana de norte de África y Oriente, inundando el desierto de silencio y miedo, y expulsando a parte de la población tradicional. Tombuctú una de las ciudades legendarias del Sahara erigida entre el desierto y el río Níger se encuentra ahora secuestrada por el terror.


  La historia de la cultura bereber siempre ha estado ligada a la música, asimismo, en la última década la población tuareg de Mali se ha alzado como estandarte de la de creatividad y de la fusión musical de África. A través de la tortuosa historia del pueblo tuareg, estrechamente ligada al proceso colonialista y a las revoluciones que rodearon Mali, nació el Festival del Desierto. Este festival utilizado en origen como punto de reunión de las comunidades tuareg de la zona, en el cual la población compartía experiencia y se organizaba, se abriría al público tras el final de la segunda rebelión Tuareg, en 1996 con el acto simbólico de la quema de armas, "La Flamme de La Paix”, (ver documental Essakane Film). Tras más de una década se ha transformado en una vía de apertura y conservación de su cultura para el pueblo tuareg y para los diferentes grupos provenientes de múltiples lugares, así como un lugar de encuentro para la paz y el diálogo. Sin embargo, la dura situación actual de Mali y la llegada de grupos radicales como Ansar Dine o AQMI, no le ha indultado y se ha visto silenciado por la sombra del salafismo que ha invadido las arenas del desierto. Con la declaración lapidaria del comandante de uno de los grupos rebeldes que controlan el norte de Azawad,  Omour Ould Hamah:  “la música es contraria al islam. En vez de cantar ¿por qué no Leen el Corán? No estamos únicamente en contra de los músicos de Mali; estamos en una guerra contra todos los músicos del mundo … “(ver noticia El País), podemos hacernos una idea de la situación de la música en Mali.


La música lleva décadas sirviendo de vehículo para la resistencia, un tipo de arte que ha permitido hablar de la identidad y transformarse en herramienta política. Y a su vez nos permite acercarnos al conflicto desde una lectura tanto global como local y comprender la re-interpretación que hace la propia población de los contextos locales en que se ven inmersos. Así en la actualidad, aunque desde el año 2011 la situación de riesgo no ha permitido que se celebrará el festival, los diferentes grupos siguen manteniendo su esencia y trabajando por la paz. Pese a la imposición del silencio y del miedo, los artistas de Mali con grupos como Shongay blues, o Tinariwen, no parecen tener intención de silenciarse ni acallar el mensaje con el que nació el Festival del Desierto. En la era en que la globalización y las nuevas tecnologías parecen alcanzarlo todo, la música se ha convertido en una vía de resistencia más fuerte que nunca. Podemos acercarnos a este fenómeno a través del documental dirigido por Johanna Schwartz, They have to kill us first: Malian music in the exile, dónde nos narra la lucha de diferentes grupos malienses en el exilio.

Al igual que sus músicos el Festival del Desierto se encuentra hoy exiliado, nómada recorre el norte de África bajo un mensaje de paz transformando la música una vez más en una herramienta cargada de futuro.




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