jueves, 7 de enero de 2016

DAESH: Inspiración medieval, semiótica (pos)moderna

Cuando el ex presidiario iraquí Ibrahim Awwad Ibrahim Ali al-Badri al-Samarrai, durante la jutba pronunciada desde el almimbar de la mezquita de Mosul el primer viernes de Ramadán del año 1435 de la Hégira (correspondiente al 12 de Julio del año 2014 d.C.) , se proclamó “Califa de los musulmanes” bajo el nombre de Abu Bakr al-Bahgdadi, y anunció la creación de un “Estado Islámico” entre los territorios de Siria e Irak,  la soñada utopía del fundamentalismo islámico contemporáneo, es decir, la creación de un Califato regido por una desquiciada interpretación de la shari´a, parecía haberse cumplido de forma abrupta, saltándose los tempos y la paulatina estrategia que la organización Al-Qa´ida, había planteado durante décadas como necesaria para la consecución gradual del mismo objetivo.

Y es que, pese a la insistencia de los medios de comunicación en presentar al autoproclamado Estado Islámico o Daesh (según su acrónimo peyorativo en lengua árabe) como un grupo terrorista particularmente despiadado, con ideas y métodos medievales, lo cierto es que tanto investigadores como periodistas sobre el terreno insisten en señalar que su prioridad es crear, en efecto, un Estado asentado y efectivo, aprovechándose del caos geopolítico reinante en Siria e Irak. Este objetivo se manifiesta en el empeño puesto por sus cuadros dirigentes en habilitar una red de servicios públicos básicos, recogida del zakat y administración del gasto público, cuerpos de orden y represión (la famosa hisba), atracción de nuevos y motivados residentes,  y en definitiva, estructuras propias de un Estado que pretende ser eficiente y aspira a tener continuidad.


En este sentido, es conocida la importancia que Daesh otorga a la dimensión estética y semiótica, clave en su estrategia de atraer combatientes extranjeros, canalizada principalmente a través de su sofisticada productora Al Hayat Media Center. En este terreno, su empeño por mostrar al mundo su solidez como Estado se traduce en la adopción de símbolos y elementos definitorios de una comunidad política moderna, de entre los cuales hay dos que son básicos y acompañan a cualquier Estado que se precie: una bandera y un himno.

La bandera de Daesh, que ondea en las calles de su capital, Raqqa, en los edificios públicos, durante las múltiples batallas y en todos sus vídeos propagandísticos, consta de un fondo negro sobre el que, con grafía arcaizante, aparece escrita en letras blancas la primera parte de la shahada: “La ilaha il-la allah”(“No hay más dios que Dios”) . Más abajo, y sobre un círculo blanco delicadamente  irregular, se puede leer la segunda parte de la profesión de fe del islam tal y como figuraba en el sello que, según ciertos hadices, el Profeta Muhammad empleó durante su vida: “Muhammad Rasul Allah” (“Muhammad es mensajero de Dios”), en este caso invirtiendo el orden de las palabras (Allah-Rasul-Muhammad), detalle en absoluto baladí que no está exento de polémica. 

En cuanto al himno, el Estado Islámico se ha valido de un tipo de música vocálica coral recurrente en la tradición islámica, los anashid, y en concreto, de uno titulado Ummati qad laha fayyrun” ( “Oh mi umma, el despertar ha llegado”). Este nashid, obra de un enigmático Abu Yasser, está compuesto de cuatro estrofas de cinco versos, que emplean el tono apelativo de la segunda persona dirigiéndose abiertamente al receptor, que puede ser tanto la umma en general, como cada uno de sus miembros. En su letra, se advierte del esfuerzo de los creyentes por erigir el nuevo Estado y se convoca a los musulmanes a someterse a la autoridad del mismo, donde regirá por fin la ley de Dios, siempre desde un tono heroico y esperanzador.

Lo paradójico de la adopción de estos símbolos, junto a otros muchos elementos de la estrategia de implantación de Daesh (emisión de carnets y pasaportes, censos, boletín oficial) , es que, siendo el autoproclamado Califato un proto-Estado que en principio reniega de las categorías políticas occidentales, basa su legitimidad y legislación en la palabra de Dios plasmada en el Corán, despreciando y destruyendo  las fronteras establecidas por el colonialismo, lo cierto es que, en tanto producto contemporáneo, asume una serie de características y concepciones de la nación emanadas de la Modernidad que son, a día de hoy, ineludibles. El hecho de que los proclamados “enemigos de Occidente” tengan que asumir estas categorías semióticas de origen inequívocamente occidental, no muestra sino el fuerte grado de penetración de la globalización de corte eurocéntrico en la concepción moderna de las comunidades políticas de cualquier ámbito. 



Sin embargo, si bien es cierto que Daesh asume estos símbolos políticos nítidamente modernos, es necesario señalar que en cierto sentido también los supera, generando una nueva dimensión semiótica. Su  discontinuidad geográfica (distintos grupos armados, desde Nigeria a Indonesia, han jurado fidelidad al “Califa Ibrahim), la ruptura de las categorías formales de los viejos estados-nación, sumado al hecho de que su comunidad política se funde principalmente sobre una suerte de  ideología, y no sobre  homogeneidad lingüística o étnica alguna, (en sus vídeos propagandísticos se vanagloria claramente de su carácter interracial), junto a su retórica fundamentalista, anti-nacionalista y anti-moderna parecerían por tanto cuestionar esta tesis y corroborar su cacareada inspiración medieval. No obstante, y desde mi punto de vista, creo que estos elementos, lejos de obedecer a una concepción pre-moderna, son precisamente síntomas reactivos propios de una nueva cultura política que surge plenamente en eso que se ha dado en llamar la posmodernidad.

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