domingo, 10 de enero de 2016

Al Ándalus en África: la tinta como memoria colectiva

Cuenta la leyenda contemporánea que algún extravagante club de viajeros sólo permite el acceso a quienes puedan mostrar en el pasaporte un sello de tinta
que atestigüe su visita a Tombuctú, en Malí. Como si la peripecia de alcanzar hoy el punto más alto de la Curva del Níger compartiera resonancias épicas con las caravanas transaharianas que recalaban en la remota ciudad tras meses de ruta e intercambios de mercancías. Y de trueque de culturas y libros.





Ya en su Descripción de África y de las cosas notables que en ella se encuentran, León el Africano se refiere al comercio de manuscritos que en aquella ciudad florecía en el siglo XIV. Con un gremio de copistas muy reconocido, Tombuctú se había convertido un siglo después en el centro de la intelectualidad y la espiritualidad del África subsahariana, donde la tinta sobre papel, pergamino o vitela era moneda de cambio por su gran valor para las economías de la época. Bibliotecas y particulares en Toledo, Damasco o Bagdad rivalizaban por acumular más y mejores libros.

En 1468, el jurista Alí ben Ziyad al-Quti se exiliaba de su Toledo natal huyendo del fanatismo cristiano para instalarse definitivamente en el País de los Negros (bilād as-sūdān, بلاد السودان), junto a otros andalusíes huidos. Viajaban con él sus libros en árabe, aljamiado y hebreo, en cuyos márgenes iba anotando reflexiones y experiencias. Su primogénito, Mahmud Kati, impulsó la biblioteca familiar y fue el primer historiador africano, autor de la histórica Crónica del viajero. Su legado siguió creciendo, disperso y reunificado una y otra vez, oculto entre las distintas ramas familiares a lo largo de los siglos.


La tradición de glosar los manuscritos pasaba de padres a hijos Kati, y los testimonios de la familia sobre la vida de los andalusíes exiliados en el África Negra y su sueño de Al Ándalus alcanza el siglo XIX.
“Hemos perdido el color; hemos perdido la lengua, pero nos queda la memoria.”
Alí Gao (s. XVII), tatarabuelo de Ismael Diadié

Doce generaciones más tarde, en 1998, los archivos se hacen públicos por el empeño del historiador y filósofo Ismael Diadié y su padre, descendientes de Alí Ben Ziyad.



Se trata de más de 12.000 manuscritos de temática variada y 7.100 notas marginales, con diarios de viajes, censos, actas matrimoniales, etc. En 2003, el Fondo Kati logra concitar el interés del Estado español y dar pie a la creación de la Biblioteca Andalusí de Tombuctú, que se suma a otras instituciones de la memoria en la misma ciudad.

Ismael, primer miembro de la saga familiar que logra regresar a la tierra de su ancestro toledano, afirma: “Aquí en España ya somos gente de fuera. Cuando yo llego, llego como un negrito, como un inmigrante. En África seguimos siendo los descendientes del blanco que llegó en el siglo XV. […] No somos realmente ni de allí ni de acá... ¿Dónde está el suelo donde podemos tener nosotros los pies? Es la biblioteca; es la tinta; es el papel; es la memoria; nuestra única matria es la memoria.”

Una década después de las inauguraciones, la promesa de digitalización de los fondos sigue incumplida. Y a raíz de la ocupación integrista de Tombuctú en 2012, la biblioteca ha tenido que volver a dispersarse y hacer la ruta de Alí ben Ziyad a la inversa para ponerse a salvo y huir del fanatismo religioso una vez más. La historia se repite.

Audio: Javier del Pino entrevista a Ismael Diadié (19 de septiembre de 2015), Cadena Ser:



Aún es pronto para que el Fondo Kati vuelva a Tombuctú. Quizá, metafóricamente, la tinta de los manuscritos andalusíes se haya contagiado del espíritu itinerante y de intercambio de las caravanas que la transportaban en el siglo XV y se proponga sumarse a la lucha contra el fanatismo de la única forma posible: viajando y mezclándose en los márgenes con otras tintas que le son ajenas.  

Galería de fotos de Joseph Hunwick: "The hidden treasures of Timbuktu", http://josephhunwick.com:


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