Mucho se ha escrito desde la llegada al poder del AKP de Erdoğan
en 2002 sobre la creciente influencia de Turquía como potencia
regional en Oriente Medio, e incluso como potencia emergente a nivel mundial. La mayoría de análisis se suelen centrar en
el fuerte crecimiento económico de los
últimos años, en su enorme capacidad militar o en su influencia diplomática
multilateral (ejemplificada por el éxito inicial de la política
de “cero problemas con los vecinos”, al menos hasta el estallido de las
Primaveras Árabes). Sin embargo, son menos los analistas de relaciones
internacionales que destacan la creciente
influencia cultural turca en otras partes del mundo (especialmente en los
antiguos territorios del extinto Imperio Otomano), componente fundamental de lo
que Joseph Nye acuñó
como poder blando (soft power).
Cartel promocional con los principales personajes de la serie Muhteşem Yüzyıl.
De la misma forma que la proyección
internacional de Hollywood ha sido y es fundamental para entender la posición
de EE.UU. como superpotencia mundial, el máximo exponente de la industria
cultural de masas de origen turco es también audiovisual, aunque no tanto por
sus largometrajes, sino por sus producciones de ficción televisiva. El auge en la producción de telenovelas y
series de ficción en Turquía es un fenómeno relativamente reciente,
comenzando a partir del año 2005 con el éxito sin precedentes de la telenovela Gümüş (“Plata”).
Trailer de la serie Gümüş (en turco, subtitulado en inglés)
Si en
2004 la exportación de ficción televisiva turca generaba
apenas 10.000 dólares, en 2012 esta figura había aumentado hasta los 200
millones de dólares, casi doblando la facturación cinematográfica nacional
total. Sería imposible enumerar todas
las telenovelas que han tenido éxito fuera de Turquía en la última década,
pues las más de 50
producciones anuales inundan muchos
países árabes y balcánicos como hace unos años la televisión española era
colonizada a la hora de la siesta por las telenovelas mexicanas y venezolanas,
pero esta vez además en prime time. No
obstante, no se puede dejar de mencionar Aşk-ı Memnu (“Amor Prohibido”), emitida
entre 2008 y 2010, adaptación en el Estambul contemporáneo de la novela
homónima de 1899. La trama, como indica el título, está llena de poliedros
amorosos (porque los triángulos se quedan cortos) entre los personajes, que
complican hasta límites inimaginables la vida de estos miembros de la jet-set estambulí, hasta su dramático
final en 2010, en un último capítulo que batió todos los records, logrando
un impresionante 74% de cuota de pantalla.
Trailer de la serie Aşk-ı Memnu (en turco, subtitulado en inglés)
La mezcla de importantes similitudes
culturales y lingüísticas con un cierto exotismo y un contenido más liberal
(estando el alcohol y el amor preconyugal muy presentes) puede explicar
el gran éxito de audiencia de estas producciones en los países árabes. Sin
embargo, no todo son telenovelas de complicadas tramas amorosas, también hay espacio
para otros géneros, entre ellos la ficción
histórica. Siguiendo una tendencia mundial que comenzó con la anglosajona “Los
Tudor” y que en España ha pegado fuerte primero con “Isabel”
y recientemente con “Carlos, Rey
Emperador”, en Turquía también tienen su equivalente: Muhteşem Yüzyıl (“El siglo magnífico”),
emitida entre 2011 y 2014, cuya trama se desarrolla en torno al reinado del
sultán Süleyman el Magnífico durante la primera mitad del S.XVI, periodo de
máxima expansión y gloria del Imperio Otomano. La maratoniana serie, compuesta
por nada menos que de 139 capítulos de prácticamente dos horas de duración,
contó con casi 5 millones de dólares de presupuesto y ha sido vendida a más de
56 países.
Trailer de la serie Muhteşem Yüzyıl (en turco, subtitulado en inglés)
Pese a su evidente éxito de audiencia dentro y fuera de
Turquía, esta macro producción no se ha
librado de duras críticas. En Turquía y en algunos países árabes los sectores más conservadores la han
calificado como inmoral, como ya había
pasado antes con otras series, en este caso por la excesiva relevancia en
la trama de las intrigas del harén y la omnipresencia de escotadas concubinas,
que dibujan un ambiente cortesano dominado por la lujuria y el hedonismo que
consideran impreciso históricamente e impropio de la cabeza política del
Imperio y Califa de los musulmanes suníes; incluso el
propio Erdoğan se manifestó públicamente en este sentido. Por otro lado, en
los Balcanes, donde la serie ha sido líder de audiencia en varios países, grupos nacionalistas han denunciado estas
adictivas series turcas como una influencia neo-imperial por un poder
externo que les tuvo subyugados durante siglos. Por ejemplo, en
Grecia, tanto el partido de extrema derecha Amanecer Dorado como el obispo
ortodoxo de Tesalónica se han manifestado en contra de la serie al
considerar que es una forma de rendición frente a los turcos. Pero el caso más
llamativo se encuentra en Macedonia,
donde el parlamento aprobó en 2012 una ley que prohibía emitir series de origen
turco en televisión, reemplazándolas con producciones nacionales.
Volviendo a Nye y al ámbito
de las relaciones internacionales, el influjo de la ficción televisiva
turca en aquellos países que hace apenas un siglo ganaron la independencia del
Imperio Otomano podría interpretarse como la dimensión de poder blando de una estrategia neo-otomanista promovida
desde Ankara. El neo-otomanismo
es un término acuñado por los críticos nacionales e internacionales del AKP
para referirse a la doctrina que propugna una visión de continuidad histórica
de la República con el legado otomano (frente al énfasis kemalista en la
ruptura), que en política exterior se ve reflejado por un giro hacia Oriente
Medio y los Balcanes, abandonando el tradicional enfoque europeísta y pro-occidental.
Erdoğan rodeado de guardias vestidos con armaduras tradicionales otomanas
en una recepción oficial en el Palacio Presidencial de Ankara en enero de 2015.
Si bien es cierto que las series turcas generan las mayores
audiencias precisamente en los antiguos territorios otomanos, se trata de un
fenómeno más amplio que también se ha extendido a países
túrquicos de Asia Central y a otros
países musulmanes no árabes como Pakistán. Además, como ya se ha mencionado,
el gobierno del AKP se ha mostrado tremendamente crítico con muchas de estas
producciones televisivas, pues el supuesto libertinaje que reflejan no corresponde con la “moral propia
de Turquía” que el partido de Erdoğan defiende y promueve. Por tanto, no podemos afirmar que el impacto
internacional de las series turcas forme parte de un ambicioso plan
neo-otomanista del gobierno en política exterior, pues aunque algunos de
los efectos del fenómeno televisivo turco coinciden con los planes de Ankara, los valores sociales con los que se
representa al país a través de la pequeña pantalla entran en directa
contradicción con el proyecto de islamización social del AKP. Así, vemos
como los instrumentos de poder blando que se enmarcan dentro de la llamada
diplomacia cultural, directamente controlados por el ejecutivo (como el
instituto lingüístico Yunus Emre o la agencia para la cooperación y el
desarrollo TIKA), promueven una visión de la sociedad turca en abierta
contradicción con lo que los telespectadores internacionales perciben a través
de la industria cultural más secular e independiente del gobierno. Esta
contradicción no es ni mucho menos negativa, pues refleja la realidad plural de la sociedad turca que, pese a los
deseos del “sultán” Erdoğan, es imposible de ocultar.
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