Jenin Jenin (2003), de Mohammad Bakri |
«Palestinian cinema is a cause», señala
el director palestino Hany Abu-Assad
en una entrevista
para The Electronic Intifada. Sin duda alguna, ha de serlo
cuando un equipo entero de personas está dispuesto a arriesgar su vida por
dicha causa mientras rueda una película. Para muchos de ellos el cine
constituye un medio para luchar contra la ocupación y expresar su
disconformidad. Para otros, tal y como afirma el también cineasta Mohammad
Bakri, no constituye una causa política, sino humana.
Las
condiciones en las que trabajan estos profesionales son muy
diferentes a las de
otros países, ya que el conflicto siempre está
presente, en mayor o menor
medida, en sus trabajos. ¿A qué retos se enfrentan los cineastas palestinos?
¿Cuáles son las condiciones en las que trabajan? En primer lugar, la ocupación
y la presencia de los soldados israelíes constituyen el principal obstáculo al
rodar en los territorios ocupados. En segundo lugar, destaca la falta de un
equipo técnico adecuado. La mayoría se ven obligados a trabajar cámara en mano
(aunque haya que renovarlas una y otra vez), como es el caso de 5
Broken Cameras. Por su parte, otros recurren a su ingenio para fabricar
equipos propios.
Teniendo
en cuenta estas condiciones, es innegable que los cineastas forman parte del
conflicto y que están en contacto directo y constante con los soldados. Este
aspecto queda claramente verificado en el cine documental. Debido a su
realismo y espontaneidad, este género es el que mejor refleja dicha
intervención. El enfrentamiento forma parte de la película, que está sujeta a
toda clase de imprevistos. No posee un guión totalmente planificado, como otros
géneros, donde es más difícil obtener información acerca de las condiciones del
rodaje.
Al toparse con los tanques, las granadas, las
balas y los checkpoints, todo es posible. Desde toques de queda que
impiden el rodaje (Niños de fuego),
hasta incidentes que provocan un cambio del guión sobre la marcha (Slingshot Hip Hop) o
tiroteos en los que el cámara se ve envuelto sin previo aviso (Los
niños de Arna). Todas ellas, por supuesto, tienen en común cortes de cámara e
interrogatorios por parte de los soldados para confirmar que el equipo tiene
permiso para grabar. Dichos permisos no son fáciles de conseguir y deben ser expedidos por las Fuerzas de
Defensa de Israel en caso de no
poseer la autorización adecuada. Una vez que la película ha sido rodada, su
distribución tampoco resulta sencilla debido a la censura. Este fue el caso de Los
niños de Arna, tal y como afirmaba su director, Juliano Mer Khamis.
Like Twenty Impossibles (2003), de Annemarie Jacir
Si
bien queda claro que estos profesionales arriesgan sus vidas al grabar, ¿a qué
otros peligros se exponen? Por ejemplo, partiendo de las bases que establece la
legislación israelí en los territorios de Judea y Samaria, los derechos
de estas personas dejan mucho que desear. Según la página
oficial de las Fuerzas de Defensa de Israel un residente
de esta área que haya sufrido daños como consecuencia de las actividades de
dichas fuerzas, tiene derecho a una compensación siempre y cuando el soldado de
turno no declare que esta persona era activista. Precisamente, uno de los
objetivos principales de los documentales palestinos es el de reivindicar, por
lo que no es raro que se graben imágenes de manifestaciones. De esta forma,
cualquier persona que acuda a ellas puede ser fácilmente tachada de activista,
por lo que podría ser agredida por los soldados y no tener ningún tipo de
amparo legal en el futuro. Aunque no se desarrolle en los territorios
nombrados, Budrus constituye un claro ejemplo, ya que se muestran protestas
pacíficas.
«No hay otra forma de arte que trascienda
la conciencia ordinaria como
lo hace el cine.»
Ingmar Bergman
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